4 abr 2012

LA DUDA: ELOGIO DEL SIGLO PASADO

Camino, hablo, escribo, envejezco y amo como un hombre del siglo pasado y, por si fuera poco, nací en los alrededores de la visita lunar. Debo ser, soy entonces, sin que sea posible la duda, un hombre del siglo pasado y, admito, lo vivo y digo con orgullo. Además, el tiempo y las canas me han hecho amigo de las anécdotas, las pequeñas historias, los recuerdos. Y cuando han pasado más de diez, once o doce años del hecho lo digo sin ambages: "Fue en el siglo pasado". El interlocutor mayormente muestra su sorpresa. "¿El siglo pasado?". Pues sí, el siglo pasado, ahí mismo, en la vuelta de la esquina, pero caminando hacia atrás. De allí vengo y mayormente venimos. Mi siglo, como el de Günter Grass. Con sus guerras, incluyendo la fría. Con sus bombas. Con sus genios. Con sus pintores. Con sus novelas. Con la luna como aspiración, visita falsa o verdadera. Ese siglo, el mío, me gusta cada vez más. Mucho, muy mucho. Y no es un asunto de nostalgia. Jamás de los jamases. Por nada del mundo aceptaría tener veinticinco años nuevamente. Pero privilegio la motivación aunque sea positivista a la puta desesperanza, Einstein a Steve Jobs, Muhammad Ali a Cristiano Ronaldo, la OPEP a Al Qaeda, un radioaficcionado hipotecándose para comunicarse con el mundo a una multitud escribiendo huevadas en facebook simplemente porque resulta demasiado fácil hacerlo.
Reconozco que lo ideal sería integrar una noción con la otra y encenderle una vela con la mano izquierda a Einstein y con la derecha otra a Steve Jobs. Y así sucesivamente. Una actitud semejante sería altamente recomendable para una persona de mi edad que, necesariamente, ha de vivir a caballo entre estos dos burros, pero el intentarlo resulta cada vez más difícil. Sobretodo porque no se trata de que uno sea mejor que el otro. Ni que todo tiempo pasado fue mejor. Ni que el futuro beneficia. Nada de nada. Se trata de una elección personal. A mí, personal y particularmente, me gustaba el teléfono con cable. Pues ya prácticamente no existe. Me gustaban las cabinas públicas que usaba para hablar con las novias. Pues no existen tampoco. Me gustaba escribir cartas y llevarlas al correo. Pues hacerlo casi constituiría una conducta extraña. Me gustaban los mapas, abrirlos cuan largos eran y detenerme a escrutarlos bajo las farolas. Otra conducta extraña. Me gustaba llegar a los pueblos y preguntarle al primer vecino qué debía hacer para llegar a tal parte. Otra cosa imposible. Adoraba los libros familiares de recetas de cocina. Más raro todavía. Pero fundamentalmente me gustaba generar una duda y tener que esperar para satisfacerla. Así la duda crecía. Pues eso tampoco sería posible ahora porque aunque se pretendiera, al apenas mencionar la duda, el primer amigo bienintencionado se creería en el deber de ayudar, abriría un dispositivo electrónico e inmediatamente sepultaría la duda con el resultado de un partido de fútbol, el significado de la palabra "escíbalo" o la temperatura que el primero de enero hacía en Madagascar.
Esa duda, la posibilidad de incubarla, de llevarla conmigo un tiempo, hacerla crecer, convertirla en una excursión a la biblioteca, en la compra de un libro, la visita real a un museo o un viaje es lo que más me gustaba de mi siglo, el pasado. La duda era su sino, su maravilla. La duda y el viaje en avión. En aquella época, nadie lo recuerda ya, el viaje aéreo era un acto distin... Pero, ¿para qué voy a escribir más? Introduzca las palabras "siglo" y "pasado" en el buscador más cercano e inmediatamente podrá recordar cómo se vivía en el siglo XX.

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