La Entrada no era el inicio de nada
Apenas mi vida
comenzaba
y no veía salida
Era un pueblo hermoso y triste
Una iglesia
con campana
que hice
sonar tantas veces
a las cinco y treinta
del domingo
Las montañas
verdes imposibles
Una cruz blanca
en las tardes de lluvia
se movía
de un lado a otro
con cabillas desnudas
oxidadas
Una anciana poetisa se maquillaba antes de recibir invitados que olían a whiskey
la bebida oficial del pueblo después del cocuy y la cerveza
Otras ancianas maquillaban sus tardes con cuentos que vivían como chismes
La más audaz sostenía siempre un espejo
para ver pasar sin ser vista a los muchachos que se besaban
Siete borrachos tumbados junto a un árbol caído celebraban los días y las noches
Los adolescentes paseaban sus animales
preferiblemente burras
antes de convertirse en malandros
malandros
chamo candela
malandros
y comenzar a robar gallinas
Yo escribía
y caminaba
Acumulaba libretas
escuchaba chismes
bebía agua del río y sevenup
que entonces me sabía a cerveza
soñaba que era novio de la muchacha más bella
veía los animales pasar
pero fundamentalmente escribía
y caminaba
Era feliz
era absolutamente feliz
y la muchacha más bella me dijo que también soñaba conmigo
Pude seguir siéndolo
feliz
de aquella forma
seguro
pero pedí ser expulsado del paraíso
y nunca volví
nunca volví a La Entrada
Desde entonces la reproduzco
siempre
en cada pueblo de montaña
dejo la mochila
los trastos
el ordenador con las novelas
como si quisiera quedarme
o volver
Y los anfitriones me llaman
por correo
me envían lo olvidado
advierten que La Entrada sólo hay una
que nunca
volverá
a ser.
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