La familia política ―¿por qué familia, por qué política?― me
ha regalado un primo que tiene por virtud el burlarse de todo. Su
pertenencia a la familia también se ha efectuado por la vía
política y estoy seguro de que cada uno de sus comentarios los hace
con la mejor de las intenciones. Tan sólo quiere reírse un poco y
propiciar que los otros también lo hagan realzando un detalle
inicialmente imperceptible, pero clave, de cada uno de los otros
miembros del grupo familiar, consanguíneos o no.
Así, lo he visto más de una vez
burlarse de un primo que baila flamenco.
―Mira cómo baila. Jo, qué gracioso.
En este apartado, es necesario
reconocer su generosidad. De este primo flamenco podía haber hecho
comentarios mucho más mordaces que lo habrían destruido, pero
realzar el baile es si se quiere un comentario tan sutil que no le
permitiría al primo víctima ni siquiera molestarse e incluso lo obligaría a
reír junto al primo burlón.
De una tía anciana que padece una
especie de demencia con esclerodermia podía haberse burlado por su tacañería, pero obvió este detalle, demasiado evidente, y
simplemente apuntó un detalle.
―Aquí la podéis ver, no se mueve.
Pase lo que pase, siempre permanece impasible.
Del apellido de la familia que nos une,
Mitidieri, lo traduce al italiano y cada vez que lo ve sobre una hoja
lo dice:
―Mitos de ayer. Aquí lo dice.
La familia, que tuvo un pasado interesante y ahora tiene un presente por decir algo duro, lo escucha con dolor,
pero no puede hacer nada. Es el primo burlón. Y, además, cada vez
es más rico. La risa, la burla y seguramente su trabajo lo han enriquecido.
El otro día, durante una celebración
familiar, de la que veíamos el video, me escogió como víctima.
Quienes me conocen saben que siempre he
tenido tendencia a la barriguita. Además, tengo una escoliosis leve y un
poco de culo por algún ancestro africano. Esa combinación la he
llevado lo mejor posible durante toda mi vida, pero en ocasiones me
sucede que se me escapa el pantalón y, obviamente, lo tengo que subir. Pues
eso fue lo que hice durante la celebración. Un movimiento de cadera,
otro de culo y, zas, el pantalón ya estaba arriba.
En el video el detalle era casi
imperceptible, pero el primo que se burla de todo detuvo la
reproducción, retrocedió y luego revisitó mi escoliosis a
cámara lenta.
Allí estaba yo, mirando a la izquierda
y a la derecha, llevándome las manos a la cintura, moviendo el culo
hacia uno y oto lado y luego, descaradamente, con una vulgaridad
insólita en mis movimientos, ajustándome el pantalón la cintura.
Obviamente, no podía faltar su voz de profesor de pueblo comentando
mis movimientos:
―Aquí podéis ver el sutil
movimiento del tío Slavko. Imperceptible, ¿verdad? Pues ahora
mírenlo lentamente.
A partir de ese día, supe que algún
día le escribiría un cuartiento, no para vengarme ni nada de eso,
sino simplemente para realzar esa cualidad suya, de burlarse de todo
lo que le rodea, su sacrosanta virtud.
Agrego, además, un detalle, quizás
imperceptible para él y para quienes le rodeamos y lo hemos
aprendido a querer. Cuando termina la burla, siempre hay un momento
en que se lleva la mano derecha primero a los genitales y luego a la
nariz. Es demasiado asqueroso, pero es mi primo burlón. Otro de los personajes
de mi familia política. Insisto: ¿por qué familia, por qué
política?
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