Hay un dedo que según mi
hija merece ser llamado el dedo de la palabra. Realmente —como ella se refiere al tercer dedo de cada mano, el dedo medio de toda la vida— hay dos: uno en cada mano. Los señala así, con la
palabra "palabra" como parte final de un camino de
eufemismos. La "palabra" en este caso es una palabra mala,
equivalente a grosería, y el dedo de la palabra entonces también
podría ser llamado el dedo de la grosería. En los últimos diez
días lo he sujetado entre mis manos en varias ocasiones. La primera
el sábado, cuando vi a dos conocidos escritores españoles en un
programa de televisión haciendo de tertulianos, que significa hablar
de todo, pero fundamentalmente mucho y en voz alta, atropellando a
los demás. Es verdad que todos tenemos que ganarnos la vida y que
Cela y Umbral también mataron tigres en la televisión, pero
ganarse el Nadal y el Municipal de Torrelodones para terminar
hablando en televisión sobre una concejal que se masturba frente a
su teléfono es sencillamente una directa invocación al dedo de la
palabra. Contenido como estaba entre mis manos, el dedo mismo empezó
a hablar, a despotricar en contra de los colegas escritores del
siglo XXI, incluido yo mismo. ¿Escritores de qué? De miniartículos
díscolos que se publican en las redes sociales, facebook por nombrar
alguna, o en un blog como éste. Es(t)os miniartículos son una
cagada y, seguramente, ningún escritor los firmaría en una revista
seria. O escritores de tweets. Si el miniartículo es una cagada, el
tweet es una flatulencia, sencillamente porque el mundo no necesita
saber qué piensa a cada instante ninguna persona, por conocida o por
escritora que sea. Yo, que soy cuartientólogo, pido disculpas a mis
amigos por lo que estoy escribiendo, pero sencillamente repito el
dictado del dedo, el dedo de la palabra. Este elemento se volvió a
alzar hace apenas dos días, ante la ausencia repetida de un
trabajador doméstico. Esta vez no pude contenerlo. El dedo de la
palabra saltó a la mesa y, de manera autónoma, sin necesidad de que
yo le dictase nada, comenzó a escribir: "No te diré nada al
respecto. Simplemente lo que tú mismo dirías como cliente en
cualquier situación de la vida cuando te sientes estafado o la
persona que se ha comprometido a algo contigo no te cumple. Eso,
dítelo tú mismo, escúchalo de tu propia boca". Pobre dedo de
la palabra, últimamente tan irascible, así de irritable. Se enfada
mucho también cuando le toca ir con mi cuerpo al colegio de los
niños. Este es un colegio peculiar y el más tonto puede ser
presidente del consejo. ¿Presidente de qué, de qué consejo? Del
consejo del dedo de la palabra. O cuando encuentra al vecino al que
le molestan las ramas de los árboles que nacen en nuestro patio y
pretende que yo vaya a cortárselas. La última vez que se
encontraron, el vecino y el dedo, el primero pretendía hablar con la
muchacha que cuida a mis niños y el dedo de la palabra volvió a
desatarse y otra vez habló, incontenible.
—Giuliana,
ven. Deja de hablar con ese hombre no vaya a ser que te haga una
solicitud obscena, como limpiarle el jardín o hacerle la cama.
No se lo reproché. Nada le dije.
Últimamente mi dedo y yo vamos absolutamente de acuerdo.
1 comentario:
Pido disculpas por utilizar la patente
http://www.maribelpastor.es/gracias-a-otro-blogger
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