12 sept 2012

El dedo de la palabra




Hay un dedo que según mi hija merece ser llamado el dedo de la palabra. Realmente —como ella se refiere al tercer dedo de cada mano, el dedo medio de toda la vida— hay dos: uno en cada mano. Los señala así, con la palabra "palabra" como parte final de un camino de eufemismos. La "palabra" en este caso es una palabra mala, equivalente a grosería, y el dedo de la palabra entonces también podría ser llamado el dedo de la grosería. En los últimos diez días lo he sujetado entre mis manos en varias ocasiones. La primera el sábado, cuando vi a dos conocidos escritores españoles en un programa de televisión haciendo de tertulianos, que significa hablar de todo, pero fundamentalmente mucho y en voz alta, atropellando a los demás. Es verdad que todos tenemos que ganarnos la vida y que Cela y Umbral también mataron tigres en la televisión, pero ganarse el Nadal y el Municipal de Torrelodones para terminar hablando en televisión sobre una concejal que se masturba frente a su teléfono es sencillamente una directa invocación al dedo de la palabra. Contenido como estaba entre mis manos, el dedo mismo empezó a hablar, a despotricar en contra de los colegas escritores del siglo XXI, incluido yo mismo. ¿Escritores de qué? De miniartículos díscolos que se publican en las redes sociales, facebook por nombrar alguna, o en un blog como éste. Es(t)os miniartículos son una cagada y, seguramente, ningún escritor los firmaría en una revista seria. O escritores de tweets. Si el miniartículo es una cagada, el tweet es una flatulencia, sencillamente porque el mundo no necesita saber qué piensa a cada instante ninguna persona, por conocida o por escritora que sea. Yo, que soy cuartientólogo, pido disculpas a mis amigos por lo que estoy escribiendo, pero sencillamente repito el dictado del dedo, el dedo de la palabra. Este elemento se volvió a alzar hace apenas dos días, ante la ausencia repetida de un trabajador doméstico. Esta vez no pude contenerlo. El dedo de la palabra saltó a la mesa y, de manera autónoma, sin necesidad de que yo le dictase nada, comenzó a escribir: "No te diré nada al respecto. Simplemente lo que tú mismo dirías como cliente en cualquier situación de la vida cuando te sientes estafado o la persona que se ha comprometido a algo contigo no te cumple. Eso, dítelo tú mismo, escúchalo de tu propia boca". Pobre dedo de la palabra, últimamente tan irascible, así de irritable. Se enfada mucho también cuando le toca ir con mi cuerpo al colegio de los niños. Este es un colegio peculiar y el más tonto puede ser presidente del consejo. ¿Presidente de qué, de qué consejo? Del consejo del dedo de la palabra. O cuando encuentra al vecino al que le molestan las ramas de los árboles que nacen en nuestro patio y pretende que yo vaya a cortárselas. La última vez que se encontraron, el vecino y el dedo, el primero pretendía hablar con la muchacha que cuida a mis niños y el dedo de la palabra volvió a desatarse y otra vez habló, incontenible.
Giuliana, ven. Deja de hablar con ese hombre no vaya a ser que te haga una solicitud obscena, como limpiarle el jardín o hacerle la cama.
No se lo reproché. Nada le dije. Últimamente mi dedo y yo vamos absolutamente de acuerdo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Pido disculpas por utilizar la patente
http://www.maribelpastor.es/gracias-a-otro-blogger