Comenzamos ya en el siglo pasado, cuando aprendimos a escribir en las computadoras y dejamos de luchar por abrirnos espacio en el escritorio porque podíamos trabajar con los codos pegados al tórax. Sin saberlo ni pretenderlo iniciamos la abolición del hombro, fundamentalmente la abolición de la abducción, el movimiento que -exagerado- permitiría que lleváramos los codos a la altura de las orejas. De eso se dieron cuenta los diseñadores de muebles y aviones y comenzaron a diseñar mesas, sillas y poltronas aéreas cada vez más estrechas. Nadie dijo nada porque todos pensaron en sacarle provecho a la idea. Así, los restauradores multiplicaron sus ingresos y convirtieron en realidad la voz popular ("Donde comen dos comen tres"); las líneas aéreas casi duplicaron la capacidad de sus aviones ("Las llamaremos low-cost", dijo un publicista avispado, "pero progresivamente los vuelos costarán lo mismo"); las funerarias apostaron por modelos más estilizados de ataúdes; e incluso los jerarcas de la iglesia pensaron que podrían comprimir el alma y así sentar más feligreses en los bancos frente al altar. En los últimos años, ha desaparecido el mapa. La adorada carta geográfica, que ni siquiera abduciendo los hombros en su máxima capacidad y extendiendo los codos de ambos brazos, que ni siquiera así era posible alcanzar en su plenitud, nuestro mapa de toda la vida ha desparecido y abrir uno en una ciudad turística equivale a ponerse en la frente un letrero de retrógrado y negligente. Pues, como si eso fuera poco, ahora están desapareciendo los periódicos impresos. Ya los habían convertido en tabloides. No es suficiente todavía y antes de que pasen uno o dos años ellos tampoco existirán. Es un asunto más que obvio y la gente que lo presiente y prácticamente sabe se preocupa por los kioskeros. ¿Qué harán ahora los kioskeros de toda la vida? ¿Qué productos venderán si no podrán ofrecernos periódicos con noticias atrasadas? Pues yo también me preocupo por ellos aunque en el fondo estoy seguro que de alguna manera ellos lograrán resolver su situación. Alguna cosa venderán, con algún producto o intercambio llenarán sus espacios repletos de kas. Por eso no son ellos los que más me preocupan. Mucho más me preocupa la segura desaparición de los abrazos. Si se termina aboliendo la abducción de los hombros, si continúa la abominable cultura de eliminar este movimiento, si lo diseñadores continúan inventando productos que permiten prescindir de él, los abrazos que conocemos e intercambiamos actualmente también desaparecerán. Me refiero a los abrazos que se dan con todo el cuerpo, para los cuales es necesario abrir completamente los brazos, abducir los hombros y extender inicialmente los codos, para después flexionarlos alrededor del cuello o de la cintura de la persona abrazada. Estos abrazos, así como lo he escrito, estos abrazos desaparecerán y serán sustituidos por los abrazos políticos. Léanlo bien, he escrito políticos. Lo he hecho para referirme a los saludos que suelen prodigarse en las cumbres presidenciales y eventos parecidos. Se trata de una cadena de movimientos bastante estraña, en la que el hombro está abolido y los estadistas acercan sus cuerpos y, uno frente al otro, intercambian movimientos de antebrazos y manos, con los codos pegados a la caja torácica. Pues yo esos saludos no los quiero dar ni recibir. Eso para mí no es un abrazo. Y, como he comprendido que el mundo actual tiende a ellos, cada vez que veo un mapa o un periódico aunque tabloide lo compro, incluso duplicado. Algo tengo que hacer para continuar abduciendo mis hombros.
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