7 nov 2013

Elogio de los bancos

 

Actualmente y casi para todos, resulta inevitable asociar la palabra banco a un pecado bíblico, un engaño, un dolor de cabeza mal curado, una factura pendiente, una carrera constante entre un monopatín oxidado y un Lamborghini recién salido del taller.
En mi caso, sin ir más lejos, hoy me tocó comunicarme telefónicamente con mi agencia. Inicialmente hablé con una señora que, eso sentí, me maltrataba.
-Ustedes, los clientes, créeis que... -decía usando ese odioso plural que siempre me hiere-. Veré lo que puedo hacer.
Le hice notar lo incorrecto de su actitud y, luego, escribí una nota de reclamación en la página web del banco. Fue una nota calmada en la que protestaba el tono perdonavidas de la empleada.
Al rato llamó la directora.
-No es para disculparla -me dijo- pero esta mujer ha estado sometida a mucha presión porque yo he tenido una niña y ella ha estado sola allí, acompañada por un sindicalista que no hace nada.
Felicité a una y disculpé a la otra, de alguna manera, aunque no terminé de entender la referencia sindical.
A los cinco minutos la directora volvió a llamar. Nuevamente gentil, pero ahora con una trampa en la boca. La escuché y no prometí nada.
Luego de despedirme fui al parque y me senté en uno de los bancos a los quiere referirse el título de este cuartiento. Son los primeros a los que se refiere el diccionario. Son los primeros que hemos conocido. A ellos representa la palabra banco. Éste es de concreto, pero también los he conocido de madera y de hierro, con o sin respaldo. Cómodos en su perfecta incomodidad, concebidos para cavilar unos minutos, leer quince páginas o robar un beso. Obviamente, yo he hecho muchas más cosas. Sobre ellos he escrito y leído, he comido, he dormido. Incluso en una ocasión -era la primera juventud, hace más de veinte años- me tocó amar y pude hacerlo.
Estos bancos que te ofrecen alivio son una maravilla y se merecen un elogio en forma de cuartiento.
Sentado en uno de ellos, suspiro y recuerdo un paciente moribundo que fue director de un importante banco de V. Antes de despedirse, el hombre se empeñó en regalarme un consejo:
-Doctor, quizá es lo último que digo, pero hágame caso, nunca crea que un bancario puede ser su amigo.
Lo tendré en cuenta si vuelve a sonar el teléfono. No asentiré y diré muy pocas cosas. Lo que no puedo garantizar es si la directora se dará cuenta que desde hace unos minutos soy rico.  No me he ganado la lotería todavía pero, sentado en este banco casi perfecto, acabo de salvar una palabra.
 

No hay comentarios.: