23 nov 2014

Maletín




¿Qué lleva dentro de sí el maletín de un médico que hace visitas a domicilio?
Los pacientes no los saben porque el médico suele usar el maletín como el sombrero de un mago y va sacando de él instrumentos y medicamentos con sigilo.
Usualmente no se despliega el maletín. Apenas se abre una de sus bocas para que la mano galena extraiga la pieza necesaria.
Incluso muchos médicos que nunca han hecho visitas a domicilio no saben qué puede contener un maletín así aunque sea posible deducirlo: un estetoscopio no faltará, seguro. Y analgésicos, si antipiréticos mejor. ¿Un equipo de cirugía menor? Quizá, pero no es seguro: en la actualidad, toda situación quirúrgica, por menor que sea, es preferible abordarla dentro de las paredes de una institución de salud.
Puede haber incluso quien rice el rizo y suponga que su contenido depende de la especialidad. Estoy de acuerdo. En la época del electrochoque sin vaselina (no estoy hablando de la terapia eletroconvulsiva, sino del electrochoque, tal como lo inventaron Bini y Cerletti) recuerdo un psiquiatra (un querido psiquiatra) que incluía en su maletín un convulsiómetro con sus electrodos. Con el tiempo, agregó también unas ampollas de haloperidol y otras de sinogan. Ése era el contenido de su maletín sabatino, cuando atendía los pacientes a domicilio.
Desde la corriente antimédica alguno supondrá que un maletín de médico fundamentalmente contiene dinero. Suposición equivocada, seguro, al menos en la actualidad, pero sirve para remitir al lector a una novela querida: Los maletines, de Juan Carlos Méndez Guédez. 
Conozco también una versión telúrica, una especie de poema objeto: el maletín de William Carlos William (que en una esquina de la fotografía ilustra el cuartiento) además de un estetoscopio puede contener hojas secas y cascos de botella, como sus poemas.
Para solucionar estas dudas hoy le pregunto a un médico de pueblo que viaja conmigo en el tren cuál es el contenido del maletín con que hace las visitas domiciliarias.
-Está súpercompleto. Lo compré en Internet.
Su maletín originalmente estaba en el suelo del vagón pero tras mi pregunta ha levitado sesenta centímetros y se encuentra frente a nuestros ojos, los suyos y los míos.
No tiene la piel noble del maletín de William Carlos Williams, pero sí un tejido sintético que se supone impermeable. Parece más bien el maletín de una computadora portátil anacrónica y robusta.
-Mira todo lo que llevo dentro.
Abre la pestaña delantera y señala los talonarios de recetas: las rojas para los pensionistas, las verdes para los que no.
-Y esto de aquí -dice señalando una tabla rígida- es para apoyarme mientras escribo.
Luego abre el corazón del maletín. Señala el estetoscopio, la bata doblada, el tensiómetro, el saturímetro, el otoscopio, los depresores linguales, el termómetro.
En un bolsillo interior, ampollas: diazepan, matamizol, haloperidol, algún mórfico, dos ampollas de adrenalina.
Debajo del tensiómetro y del otoscopio, pastilleros con paracetamol, captopril, algún antianginoso.
-Los fármacos son del centro de salud -aclara-. No vinieron por Internet.
Luego abre el bolsillo de la cara posterior. Allí están los libros, el vademecum, un atlas de electros y un pequeño manual de urgencias. Detrás de ellos, una tableta electrónica.
-¿Y qué tienes allí? ¿Los algoritmos?
-No, nada que ver. Fundamentalmente las fotos de mis perros. Y la saca de maletín, cierra éste y comienza a enseñarme las fotos de dos simpáticos cachorros que en este momento, mientras él los muestra y describe, le estarán cagando todo el apartamento.

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