
Los pacientes vienen y se van, a veces vuelven. El primer día en este hospital un hombre intentaba venderme un automóvil.
-Veinticinco mil, apenas vinticinco mil. Prácticamente nada.
El segundo día lo vi, el mismo hombre, en un concurso de la televisión. Ganó quince mil: saltaba y gritaba, anunció que se iría a Egipto con toda la familia.
El tercer día un paciente dijo llamarse Winston Churchill. Tenía un brazo roto, pero no vino a mi consulta por eso, sino porque necesitaba un informe para que le dieran la pensión.
-¿Seguro que usted es Winston Churchill? -le pregunté porque lo vi muy joven y negro, demasiado diferente al de los libros de historia.
-Sure.
Pues hice el informe.
Al día siguiente, el cuarto, vino la policía a decirme que se trataba de un error. Realmente hablaron de délito: el hombre que vino a mi consulta, como no tenía documentos, había usado el pasaporte de un compatriota liberiano, más o menos de su misma edad, muy parecido físicamente.
-Ya lo sabía yo -le dije al de la consulta contigua. -El hombre que dijo llamarse Winston Churchill no era Winston Churchill.