EL EXTRAÑO CASO DEL ESCRITOR VENEZOLANO ENRIQUE CHARRIERE
(foto tomada de Letralia, 2006)
Escapista perseverante y malogrado, un verdadero anti-Houdini, después de nueve intentos de fuga, once años de presidio y casi quinientas páginas de novela, en 1944 Henri Charriere (1906-1973) logró huir de la Isla del Diablo en una balsa de cocos y llegar a Venezuela en compañía de otros cuatro delincuentes. Aunque su carrera de presidiario escapista comenzó en el momento de 1932 en que un tribunal parisino lo condenó a cadena perpetua por un crimen que en sus dos libros —Papillon (1969) y Banco (1972)— asegura no haber cometido, su vida de escritor se inició en el momento en que —ya que la balsa de cocos sólo había servido para llegar a Georgetown, desde donde saldrían nuevamente en una embarcación menos precaria pero cuya vela estaba hecha de jirones de camisas, pantalones y chaquetas— él y sus compañeros de travesía debieron elegir un destino hacia donde dirigir los retazos de su vela: el Golfo de Paria, en Venezuela, o Trinidad, la isla de Naipaul.
Desastroso comienzo. Después de una discusión concienzuda, en la que fueron consideradas las relaciones de ambos países con Francia y la forma en que éstas habían cambiado con motivo de la guerra en curso, los cinco fugitivos decidieron esperar la luz del día. Para ello, arriaron la vela y ataron la embarcación a lo que parecía ser una boya flotante. La boya resultó ser una mina, pero de eso sólo se darían cuenta en la mañana siguiente luego de la advertencia que les hiciera un guardacostas venezolano.
Atado a esa mina flotante, que hubiera terminado con su carrera de escapista anti-Houdini sin permitirle iniciar la de escritor, el destino de Henri Charriere lucía absolutamente diferente de lo que conocemos actualmente: se trataba de un hombre fuerte y noble, con muchas habilidades manuales, que había ocupado los últimos años de su vida en intentar huir para vengarse de quienes lo habían condenado a un presidio injusto y en vigilar los dos estuches contentivos de dinero que cada mañana debía introducirse a través del ano. Que se sepa sólo había leído un libro, El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, y nunca leería algún otro. En todo caso, el mismo hombre que les advirtiera sobre la naturaleza mortífera de la boya les aconsejó, como si se tratara de Rainer María Rilke en Cartas a un joven poeta, el destino a elegir:
—Vayan a Venezuela, serán bien tratados, se los aseguro.
Horas después, Henri Charriere y sus compañeros llegaron a Irapa, en Venezuela. Luego de algunos días de descanso y atención médica, fueron trasladados a la prisión de El Dorado, donde el milagro comenzó a ser notorio. No se trata de que allí escribiera sus primeras páginas sino que por primera vez Henri Charriere —conocido desde su primera juventud como Papillon por la mariposa que se había hecho tatuar en el cuello— no pensaba evadirse. Había dejado de ser un escapista y comenzaba a buscar un oficio productivo, sin saber que esta búsqueda incesante lo terminaría convirtiendo en escritor.
A partir de su salida de El Dorado, ya en las páginas de Banco, Henri Charriere se convirtió, gracias a la influencia de Rita, su mujer, en un antecesor de Maqroll El Gaviero. Le quitó y agregó algunas letras a su nombre: Enrique. Fue minero en Guayana, vendió la rifa de un Cadillac que no era suyo ni de ninguno de sus amigos en Caracas, trabajó como cocinero y hostelero en Maracaibo. Quizás fue dueño de un burdel, ya que —según él mismo confiesa— en su hotel se alojaba un grupo de putas francesas e italianas. Fue apresado en dos ocasiones —una por haber desvalijado un Monte de Piedad fuera de Venezuela y otra por un robo que parece no haber cometido— y se instaló en Ciudad Bolívar. En 1956, le fue concedida la nacionalidad venezolana y pudo viajar para encontrarse con su familia en Barcelona de España. A su regreso, compró algunos bares en Caracas, entre ellos el Gran Café de Sabana Grande, pescó langostinos que exportaba diariamente a Miami, buscó cobre electrolítico en Oriente y, en 1967, ya prescrita su condena, viajó a Francia.
Ese mismo año leyó en El Nacional la noticia de la muerte de Albertine Sarrazin y compró su novela, El Astrágalo. Fue esta lectura la que la que impulsó al novelista que había en él desde hacía veintitrés años —bajo la premisa de que si Albertine Sarrazin con su hueso dañado, el astrágalo que causaba su cojera, había vendido tantas copias, ¿cuántas no vendería él que por ocho veces no había aceptado convertirse en Houdini?— a escribir su propia novela. Primero infructuosamente con ayuda de un magnetófono de quinientos dólares. Luego directamente, bolígrafo sobre cuaderno, en el despacho de su último bar, el Scotch.
En dos meses y medio escribió su odisea y cuatro mecanógrafas que por sus nacionalidades —una rusa, una yugoslava, una alemana y otra de Martinica— bien podrían haber formado parte del staff de secretarias de la ONU la transcribieron en ocho semanas a cambio de tres mil quinientos dólares. Resultado: cuatro mil dólares y seiscientas veinte páginas que un escritor francés le prometió corregir sin que Enrique Charriere aceptara ya que ni a él ni a su mujer les gustó el capítulo edulcorado que éste había enviado como prueba. Enrique Charriere ya quería merecer la contraportada de sus libros y luchaba por ello. Llegada la hora de hacer saber a todos que era un escritor, intentaba hacerlo en un estado puro y salvaje que justificara la advertencia del director editorial —«Charriere no escribe, habla. O mejor aún, escribe como habla»— y colocara su novela en los remates de libros de todo el mundo.
Luego de una azarosa búsqueda, que más que una ronda de conocimiento de las editoriales francesas de la época parece un periplo por varias islas del Caribe rodeado de malhechores fugitivos, en enero de 1969 firmó un contrato con Robert Laffont y, el 19 de mayo del mismo año, Papillon comenzó a ser vendido en las librerías francesas. Este libro, al igual que Banco, está dedicado «al pueblo venezolano, a sus humildes pescadores del golfo de Paria, a todos, intelectuales, militares y otros que me dieron la posibilidad de revivir».
Es obvio o nosotros queremos que así lo sea. En esas palabras, el escritor se refiere al momento de 1944 en que, dándole dos metros de ventaja a Dustin Hoffman, dejó de ser Papillon, el escapista anti-Houdini, y se convirtió en Enrique Charriere, el escritor venezolano.
1 comentario:
Slavko, me alegra mucho leer ese comentario tuyo porque esa era la versión que yo tenía como cierta sobre la autoría de "Papillon". Me sorprendió el de Lovera-De Sola publicado en Analítica.com ("El año 1969"), donde afirma: "...fue un hombre que siempre vivió en los bajos fondos de Caracas, en los medios de la prostitución. Pero a quien el libro, en verdad escrito por la editorial parisina Laffont, experta en la producción de best sellers, le dio cierta nombradía entre nosotros, celebridad pasajera como siempre sucede a los autores de libros de este tipo". Creo más en nuestra versión, me pregunto de dónde saldrá la especie que le niega la sal y el agua (¡que bastante tragó!) a alguien que sólo tuvo la desdicha de tener éxito como escritor. Saludos
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