10 sept 2018

Toro o "trainer"




A pesar de lo viva que es la fiesta del toro en la provincia reconozco no haberla vivido como tal. Sin embargo, por residencia y resiliencia, me toca ver la multitud a lo lejos. Los veo y no los escucho. Es que están muy lejos y ni siquiera abro la ventana. Los veo simplemente. Hace veinte años vestían de blanco, llevaban pañuelos rojos y algún sombrero. Parecía, por culpa del polvo en la ventana y la precariedad novicia de mis ojos, un cuadro de Sorolla pasado por aguarrás. En ocasiones se veía un cuerpo volar. Cuando caía, a pesar de que no había escuchado ruido hasta entonces, sentía el silencio y luego, siempre a través de la ventana, podía percibir el alivio o el espanto, grito o suspiro. Al día siguiente la radio enumeraba las costillas que se había roto el hombre y refería si había habido o no traumatismo craneal. El diagnóstico se comentaba en la panadería, en el trabajo, en el jardín, con los vecinos.
Después llegó el chándal. Estaba en todas partes, también detrás del toro, delante y a los lados. En esa época tampoco veía el animal. Solo la masa de tejidos acrílicos caminar hacia delante y atrás, hacia los lados. Dejó de parecerse a Sorolla y, negro sobre blanco, más bien me hacía recordar a Miquel Barceló, alguna cúpula bancaria apenas pintada. Por si acaso aprendí a limpiar las ventanas y empecé a ir al oftalmólogo. Igual. Lo que se veía era un conglomerado de telas oscuras y brillantes que iban y venían. Pensé en alguna ocasión que el toro bien podría ser yo, yo mismo, o que él y yo veíamos lo mismo. Más razones para no abrir la ventana a pesar de respetar las costumbres de mis vecinos y mi disposición a atenderles en caso de que mis servicios fuesen requeridos.
Ahora todo ha cambiado. Lo que veo es una marejada de colores. Rojo, amarillo, azul celeste, negro y blanco. Verde fosfito. Ropas estrechas. Mallas y zapatillas de running. Antes de la salida del toro, parece que está a punto de correrse una maratón. Y es que quienes acuden a la fiesta lo hacen con la misma ropa con que acuden al gimnasio, a la volta a peu, a los 10 K, a la maratón y tres cuartos. Algo de razón llevan: vestir así es más cómodo y seguro, quizá también resulta fashion. Cuando el toro sale, la masa se mueve hacia delante y atrás, a la izquierda y a la derecha. Suben y bajan frente a mis ojos. Dos pasitos p’alante y uno p’atrás. No puedo creer lo que veo. Quizá el cristal está empañado, quizá la miopía ha aumentado. Ellos lo distorsionan todo. Pero no, es la verdad. Está pasando a lo lejos, allá junto a la plaza en la plaza. Es una clase de cross fit o una sesión de zumba. Los clientes del gimnasio se mueven a tope. Y el toro, señores, por culpa de la vestimenta de los aficionados, el toro es el monitor. Sus ojos y sus cuernos hoy dirigen el entrenamiento colectivo.

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